Al
observar la miseria más allá de mis fronteras, cuando he tenido la experiencia
de sentir el abandono en el continente africano, cuando en sus ciudades
deambulan por las calles millones de seres humanos sin ilusiones ni porvenir
alguno, que sumidos en la apatía y con un profundo desánimo enfrentan su
presente sin esperanza hacia el futuro, cuando al caminar por sus campos veo
los rostros de niños que sonríen con esa chispa de alegría, que todos los niños
del mundo poseen, pero que en su caso no saben que nunca van a existir; donde
sus casuchas y miserables condiciones de vida nos traen el recuerdo de los
peores ghetos y los campos de concentración; cuando extienden sus temblorosos
brazos con la esperanza de recibir un trozo de pan, me pregunto a mí mismo:
¿Qué hemos hecho con el mundo?
Cuando
todo ese continente con innumerables bellezas naturales fue explotado sin
límite alguno por el conquistador, abandonándolo en su despojo y en su miseria;
cuando sus campos, montañas y ríos han sido arrasados por sus pobladores en una
desesperada búsqueda de sobrevivir, me volví a cuestionar: ¿Qué hemos hecho con
el mundo?
Cuando
en las mismas calles de mi ciudad veo a los niños de nadie durmiendo en la
basura, o a los traperos, seres humanos como yo, husmeando para encontrar algo
que les mitigue el día, el más largo de su existir y que además todos sus
amaneceres los vuelven a vivir con el hambre, noches de desesperación y una
interminable jornada por vivir, ¿Qué hemos hecho con el mundo? me vuelvo a
repetir.
Cuando
en Latinoamérica veo, a los niños sicarios colombianos por unos cuantos
centavos asesinar; cuando los niños del Perú mueren a diario por el vómito del
alimento descompuesto que tuvieron que ingerir para sobrevivir; cuando se
recoge uno de tantos cuerpos de un niño en Brasil porque siendo una peste y una
molestia social alguien lo aplastó; cuando observo a tantos pequeños en el
mundo que son desgarrados por la prostitución y las drogas; cuando los jóvenes
de Norteamérica y de Europa han hecho de la droga su paraíso, y babeantes y
embrutecidos caminan sin destino alguno, reclamo ¿Qué hemos hecho con el mundo?
Líneas
imaginarias han marcado fronteras, las naciones, grupos de seres humanos con
raíces comunes han marcado territorios para vivir y en un sinfín de ocasiones
en la historia, creyentes de algún poder sobrenatural se han dado el permiso de
aplastar y saquear a otros seres humanos, que por debilidad no se han podido
defender, ¿Qué hemos hecho con el mundo?
¿Quién
nos ha dado el poder de asesinar, arrasar y despojar a los demás?, ¿De destruir
el patrimonio natural de la humanidad? ¿Por qué insistimos en nuestro breve
existir que nuestro legado sea muerte y destrucción? ¿Qué hemos hecho con el
mundo? ¿Acaso Dios nos ha dado la libertad para acabar con su creación?
Y
en mi profunda desesperación, en mi reclamo ante la incomprensión y ante la
impotencia de encontrar una respuesta a estas preguntas, guardé silencio, sabía
que dentro de mí se gestaba una pequeña luz para entender la realidad, y finalmente comprendí
que hay una respuesta para todas estas preguntas, que en nosotros mismos está
el origen del mal y la opción de construir hacia el bien; que el misterio de la
libertad está precisamente en esa maravillosa facultad de decidir; que no hemos
perdido todo aún, que aún podemos a la humanidad rescatar; que si bien es
cierto que a través de la historia, lo noble y bello que se ha gestado en
beneficio de todos los hombres no es suficiente, y es ahora cuando se hace
impostergable un decidido enfrentamiento para que usándonos a fondo, los que
somos creyentes del bien, la belleza y la verdad, produzcamos un renacimiento
de valores en toda la humanidad, y convoquemos a los seres superiores, a los
que tienen la capacidad de amar, aquellos que están dispuestos a ofrecer su
existir por conquistar nuevas fronteras, no para separar, sino para unir a
todos los seres que somos parte de la creación, aquellos que nos sabemos
colaboradores de la creación de Dios y que estamos ciertos de nuestra misión
existencial y en nuestra pasión por la verdad entregaremos finalmente a Dios a
un ser que en su tiempo se hizo acreedor a ser llamado hacedor de su creación.
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